"A mí lo que me pasa es que estoy enamorada del Señor"

María Isabel

CONSAGRACIONES

"...QUEMA, CORTA, RASGA POR DONDE TÚ QUIERAS..."

María Isabel, el 20 de abril de 1920, comenzó una tanda de Ejercicios Espirituales a los que acudió sin ganas y por cumplir. Los primeros días estaba fría, aburrida y sin devoción pero de repente, cuando el jesuita que los dirigía, el P. Pedro Castro, les habló de la Magdalena, explicaba ella misma que, sin saber cómo, se sintió “enamorada” del Señor. Decía que la generosidad con que el Señor perdonó a María Magdalena fue como un foco de luz que le hizo ver la amabilidad, belleza y poder de Dios. En ese momento descubrió los sentimientos de su Corazón divino y se llenó de su amorosa presencia. Pocos meses después, en julio, escribía:        

             “Jesús de mi alma, Esposo dulcísimo de mi corazón, aquí me tienes postrada a tus plantas para ofrecerme a sufrir  todo lo que Tú quieras, yo quiero ser tu esposa de sangre, quiero estar crucificada contigo, quiero a imitación tuya ser coronada de espinas, azotada, crucificada, despreciada, abandonada, calumniada, echa un crucifijo. Jesús mío este es mi ardentísimo deseo y de no hacerlo así quítame, Señor, la vida pues no quiero vida que no sea transformada en Ti. Dame tu gracia y quema, corta, rasga por donde Tú quieras, que yo diré: He aquí a tu Magdalena, hágase en mí según tu Voluntad.”

                                                                                                                       

"TE OFREZCO MI VIDA Y CUANTO POSEO"

Entre tanto el 9 de octubre de 1920 dejó definitivamente el mundo y se retiró a Belmez (Córdoba) para comenzar allí una vida más recogida. Por entonces su director, el P. Castro, fue destinado a las islas Carolinas y con ello pensó que bien podría ser ésta, para ella también, la voluntad de Dios, por lo que con gran disposición de ánimo hizo una consagración al Corazón de Jesús ofreciéndose a dedicar su vida a la salvación de los prójimos entre los infieles:

“Jhs

 Jesús dulcísimo, verdadero dueño de mi alma y mi único amor. Yo, la más pobre y la última de tus criaturas me consagro a tu Corazón para siempre y te ofrezco mis deseos de dedicar mi vida a la salvación de mis prójimos, yéndome a las misiones entre infieles y dedicando a esto cuanto poseo. Tú que me diste estos deseos, dame gracia para ponerlos por obra, si es tu Voluntad y, si te agradan, concédeme como premio que dé la vida por Ti por el martirio. Y para que veas mi firme voluntad escribo y firmo todo esto con mi sangre que quisiera derramar por tu amor.

 María Isabel G. del Valle

Belmez, 17-XI-1920

 A.M.D.G.”

"MÉTEME EN TU CORAZÓN DIVINO..."

El feliz encuentro de María Isabel con el Beato Tiburcio Arnaiz S.J., el 17 de enero de 1921, sucedió precisamente, buscando ella el modo de llevar a cabo este sueño de las misiones entre infieles. Fue la providencia de Dios la que los unió para llevar a cabo, sin pretenderlo ninguno de los dos, la fundación de la “Obra de las Doctrinas Rurales”. María Isabel traía la intuición y el deseo ardiente por lo que fue la pieza clave de la idea que bullía en la mente del P. Arnaiz, preocupado por el abandono de las gentes que vivían en los campos.

Al fallecer el P. Arnaiz, María Isabel quedó sola y muy incomprendida. Hubo de sortear infinidad de dificultades y tribulaciones pues eran poquísimos los que la apoyaban. Sin embargo su corazón enamorado no se arredró ante nada y prueba de ello es otra consagración que volvió a escribir con su sangre el primer viernes de octubre de 1928, en la que refleja de un modo vehemente el abandono de su persona y trabajos apostólicos en el Corazón de Cristo:

“JHS 

Jesús mío, Amor verdadero de mi alma. Puesta de rodillas delante de Ti y en presencia de la Santísima Trinidad, de tu Madre Purísima y de todos los Ángeles y Santos, consagro irrevocablemente a tu Corazón Santísimo las Doctrinas y todos mis trabajos. Te ruego que desde hoy te consideres su único director y apoyo en el cielo y en la tierra, y veles por ellas ya que tu amor fue su principio. Desde hoy, Señor, no quiero tener otra preocupación que la de servirte con fidelidad, segurísima de que Tú velarás por esta Obra de tu Corazón. Y para que pueda demostrarte con las obras la confianza llena de cariño que en Ti tengo, ayúdame a que sufra, sin quejarme ni hablar de ello, todo lo que tenga que sufrir por seguir esta vocación a la que tan sin merecerlo me llamaste y en la que me conservas a pesar de lo mal que te sirvo. Imprime con fuerza en mi corazón el deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos. Señor, Tú sabes que, como te quiero con todas las fuerzas de mi ser, quiero ir por el mismo camino que Tú y muy cerca de Ti, pero que no tengo fuerzas. Desde hoy méteme en tu Corazón Divino y así tendré fuerza y luz y alegría al saberme tan unida a Ti.

A Ti me entrego y mis trabajos, y escribo y firmo esta consagración con mi sangre, pues en ella llevo el amor y la confianza que tengo en Ti. Corazón de mi Señor, de tu amor lo espero todo.

– María Isabel -”

"ESTAR UNIDA AL AMOR PARA AMAR"

Unos años después, en marzo de 1933, durante su estancia en Roma, el P. Juan Antonio Segarra S.J. predicó un retiro a María Isabel y a sus tres primeras compañeras: “La entronización del Corazón de Jesús en el propio corazón”. Les expuso el sentido de este acto y las consecuencias que de él se derivaban para la vida espiritual: siendo con Cristo un solo Cuerpo Místico, no cabe otro corazón, no puede haber otro que el de Cristo Jesús, para todo el Cuerpo y para cada uno de sus miembros… “Sentid en vosotros lo que os corresponde como a miembros de Cristo…” (Fil.2,5). Tener el Corazón de Jesús como propio no era sino vivir como hijos de Dios en su Hijo y participar de algún modo en la vida interna de la Santísima Trinidad.

Después de este retiro, el día 25, día de la Encarnación, pidieron todas la entronización del Corazón de Jesús en su propio corazón. Desgraciadamente no conservamos la fórmula con la que lo hicieron pero trascribimos un fragmento de carta en la que María Isabel muestra cómo la vivía:

 “Toda la práctica de la entronización consiste en hacer la voluntad de Dios, en servirle. Al hacer la entronización nos incorporamos a Cristo, es decir ya estamos desde el Bautismo, pero entonces apretamos más esa unión y nos metemos conscientemente en la Vida divina. ¿Cómo servir si se forma ya una sola cosa con el Señor, y el amor hace que no se tenga más que una sola voluntad? Del Señor no puedo entender que sea el ‘Gran Siervo’. Porque la voluntad del Padre cumplida por Él con tanto Amor, con el mismo Amor, ¿cómo va a ser servicio? Yo no sé si estaré siendo un poquillo hereje porque me metí de tal manera en mi Señor que conscientemente es como si no existiera; y, según pasa el tiempo, hasta inconscientemente voy perdiendo mi personalidad. Antes estaba llena de deseos de ser santa, de trabajar, de sufrir... ahora no tengo ni uno; y es en lo que no sé si seré hereje. Porque me parece que soy miembro de Cristo y que un miembro no tiene deseos ni nada. Eso es cuenta del Corazón, y el miembro sólo tiene  que obedecer al alma (Espíritu Santo) o al Corazón. Sólo estar unida al Amor para amar. Pero ni más amor deseo. ¿No tengo al Amor por Corazón? Pues no puedo amar más. A mí me va muy bien uniéndome y apretándome al Señor, queriendo con su Corazón al Padre y no acordándome ni de que existo. Y ahora caigo en la cuenta de que no es herejía porque ‘¡es Cristo quien vive en mí!’. Así sea”.