Artículo del Boletín de las Misioneras nº40
«El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas» (n. 32).
Este es uno de los textos de la última y preciosa encíclica, Dilexit nos, que el Papa Francisco ha regalado a la Iglesia. Nosotras les queremos animar a leerla, a meditarla y a propagarla, pues creemos que es una acertada síntesis de la historia y de la espiritualidad del Sagrado Corazón, donde el Santo Padre nos la presenta como antídoto a las enfermedades espirituales que sufre nuestra sociedad y que le mueven «a proponer a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón Santo. Allí podemos encontrar el Evangelio entero, allí está sintetizada la verdad que creemos, allí está cuanto adoramos y buscamos en la fe, allí está lo que más necesitamos» (n. 89).
Comienza definiendo el corazón como centro unificador de la persona y comenta: «Por eso en este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón… donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones» (n. 9).
Pero tengamos cuidado, nos dice el Papa: «advirtamos que nuestro corazón no es autosuficiente; es frágil y está herido… Necesitamos el auxilio del amor divino… Allí, en ese Corazón es donde nos reconocemos finalmente a nosotros mismos y aprendemos amar» (n. 30).
También nos acerca a conocer el Corazón de Cristo en sus gestos, mirada, palabras; y reflexiona sobre las actitudes que brotan en nosotros de adoración, de veneración de su imagen [«que no es una entre tantas otras que podríamos elegir» (n. 52)] sino que «es un símbolo real de su triple amor: divino, humano racional y sensible» (n. 65).
Profundiza en la perspectiva Trinitaria de esta devoción, en las expresiones magisteriales que la presentan tanto como fuente de la Gracia, como un encuentro íntimo de amor (n. 78). Y por último destaca dos aspectos fundamentales: La experiencia espiritual personal que lleva al creyente a desear, ante tanto amor y tanto dolor, consolar a ese Corazón (cap. IV), y el compromiso comunitario y misionero (cap. V). Tomando las palabras de San Juan Pablo II expone cómo solo «entregándonos junto con el Corazón de Cristo, sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el Reino del Corazón de Cristo… Ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador» (n. 182).
Y, por último, aborda el aspecto que a nosotras nos toca más de lleno: La reparación como «cooperación apostólica a la salvación del mundo» (n. 206). Nos interpela: «La misión,… exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente trasmiten ese amor que les ha cambiado la vida. Entonces… su mayor preocupación es comunicar lo que ellos viven y sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos» (n. 209).
Así quiera el Señor que seamos las Misioneras y así se contagien, con el fuego del amor divino, todas nuestras familias, amigos y bienhechores, porque como concluye bellamente el Papa: «De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Solo su Amor hará posible una humanidad nueva» (n. 219).
«Amemos mucho al Corazón de Jesús» María Isabel