Primera biografía de María Isabel González del Valle

Se presenta en Málaga «Estoy enamorada del Señor», primera biografía de María Isabel González del Valle

El 6 de junio se cumplen 88 años del fallecimiento de la Sierva de Dios María Isabel González del Valle Sarandeses, fundadora de las Misioneras de las Doctrinas Rurales. Conmemorando el aniversario de su muerte, se presenta en Málaga la primera biografía sobre esta futura santa que tiene por título «Estoy enamorada del Señor».

El libro, obra del sacerdote Alberto José González Chaves, doctor en Teología, se puede adquirir en las librerías de la ciudad y en plataformas digitales. La presentación, por parte del propio autor, tendrá lugar el viernes 13 de junio, a las 19.30 horas, en el Salón de Actos del Ámbito Cultural del Corte Inglés. Alberto José escribió también la biografía sobre el Padre Arnaiz titulada «Padre Arnaiz. Me he dado prisa en vivir», que se presentó en Málaga en 2018. 

Las Misioneras invitan a participar en el acto a todos pues «nos entusiasmará a adentrarnos en la lectura de la biografía: “Estoy enamorada del Señor”».

 

Enamorada del Señor

María Isabel González del Valle Sarandeses falleció el 6 de junio de 1937, en una humilde casa en Jerez de la Frontera. 

Explican las Misioneras de las Doctrinas Rurales que «ella que siendo niña, paseando por el jardín de su palacete de Oviedo y leyendo el pasaje del joven rico, le había dicho al Señor: “Yo no seré nunca rica” y se había sentido toda llena de Dios; ahora consumaba su entrega viendo cumplido su deseo. Lourdes Werner, una de las tres compañeras de apostolado que vivieron sus últimos momentos lo narra así: “estábamos en la más absoluta pobreza material, sin un céntimo en casa ni para enterrarla, sin apoyo alguno en lo humano, sin nada ya que empeñar en el Montepío ni para un mendrugo de pan que llevarnos a la boca”».

Y es que, «María Isabel se había enamorado del Señor tras unos Ejercicios Espirituales en 1920, y se había entregado a darlo a conocer por aldeas y cortijadas, poniendo escuelitas y levantando iglesias por Málaga, Cádiz, Sevilla y por barriadas marginales de Barcelona. El Señor había escuchado su ofrecimiento de imitarle en salvar las almas como Él lo hizo “con el sufrimiento, la humillación y abandono de todos”. En los últimos días de sufrimiento y soledad escribía a su director espiritual: “Antes estaba llena de deseos de ser santa, de trabajar, de sufrir… Ahora no tengo ni uno. Solo estar unida al Amor para amar”».

El beato Padre Arnaiz en cuanto la conoció, en el locutorio de las Reparadoras de Málaga en enero de 1921, comprendió que tenía delante un alma grande y «totalmente salvaje en lo espiritual», como ella misma confesaba, «pero que se había rendido de una manera singular a la gracia de Dios y que, con sus sabios consejos y su ejemplo de virtud y celo apostólico, hizo de ella una infatigable apóstol de los más abandonados», añaden las Misioneras. 

Habitación de la casa de Jerez donde murió María Isabel

Habitación de la casa de Jerez donde murió María Isabel

 

Desde 1954 su sepulcro está en la iglesia de la Sierra de Gibralgalia, en la que inició su primera Doctrina Rural y «donde ella encontró definitivamente la vocación a la que se sentía llamada de “ir de pueblo en pueblo, con su casina a cuestas dando a conocer todas las riquezas inefables del Señor».

Con el objetivo de dar a conocer mejor la vida de esta gran mujer que trabajó en la diócesis de Málaga incansablemente y cuyo proceso de beatificación se abrió en enero de 2024, sale a la luz esta primera biografía, dedicada a su figura y a su obra evangelizadora, que recopila abundantes datos de los que guardaron celosamente las Misioneras de la Doctrinas Rurales, fundadas por ella. «Este libro nos ayudará a crecer en amor al Señor y en entusiasmo misionero de la mano de María Isabel y de la narración de D. Alberto José González Chaves», concluyen las Misioneras.

En Montecorto. María Isabel sentada con Leonor Werner

En Montecorto. María Isabel sentada con Leonor Werner 

Artículo publicado en Diócesis Málaga

¡SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, EN TI CONFÍO!

Artículo del Boletín de las Misioneras nº40

«El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas» (n. 32).

Este es uno de los textos de la última y preciosa encíclica, Dilexit nos, que el Papa Francisco ha regalado a la Iglesia. Nosotras les queremos animar a leerla, a meditarla y a propagarla, pues creemos que es una acertada síntesis de la historia y de la espiritualidad del Sagrado Corazón, donde el Santo Padre nos la presenta como antídoto a las enfermedades espirituales que sufre nuestra sociedad y que le mueven «a proponer a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón Santo. Allí podemos encontrar el Evangelio entero, allí está sintetizada la verdad que creemos, allí está cuanto adoramos y buscamos en la fe, allí está lo que más necesitamos» (n. 89).
Comienza definiendo el corazón como centro unificador de la persona y comenta: «Por eso en este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón… donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones» (n. 9).
Pero tengamos cuidado, nos dice el Papa: «advirtamos que nuestro corazón no es autosuficiente; es frágil y está herido… Necesitamos el auxilio del amor divino… Allí, en ese Corazón es donde nos reconocemos finalmente a nosotros mismos y aprendemos amar» (n. 30).

También nos acerca a conocer el Corazón de Cristo en sus gestos, mirada, palabras; y reflexiona sobre las actitudes que brotan en nosotros de adoración, de veneración de su imagen [«que no es una entre tantas otras que podríamos elegir» (n. 52)] sino que «es un símbolo real de su triple amor: divino, humano racional y sensible» (n. 65).

Profundiza en la perspectiva Trinitaria de esta devoción, en las expresiones magisteriales que la presentan tanto como fuente de la Gracia, como un encuentro íntimo de amor (n. 78). Y por último destaca dos aspectos fundamentales: La experiencia espiritual personal que lleva al creyente a desear, ante tanto amor y tanto dolor, consolar a ese Corazón (cap. IV), y el compromiso comunitario y misionero (cap. V). Tomando las palabras de San Juan Pablo II expone cómo solo «entregándonos junto con el Corazón de Cristo, sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el Reino del Corazón de Cristo… Ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador» (n. 182).

Y, por último, aborda el aspecto que a nosotras nos toca más de lleno: La reparación como «cooperación apostólica a la salvación del mundo» (n. 206). Nos interpela: «La misión,… exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente trasmiten ese amor que les ha cambiado la vida. Entonces… su mayor preocupación es comunicar lo que ellos viven y sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos» (n. 209).

Así quiera el Señor que seamos las Misioneras y así se contagien, con el fuego del amor divino, todas nuestras familias, amigos y bienhechores, porque como concluye bellamente el Papa: «De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Solo su Amor hará posible una humanidad nueva» (n. 219).

«Amemos mucho al Corazón de Jesús» María Isabel

 

Un libro recoge los pensamientos de María Isabel González del Valle, fundadora de las Doctrinas Rurales

El día dos de julio se cumplen ciento treinta y cinco años del nacimiento, en Oviedo, de la Sierva de Dios María Isabel González del Valle Sarandeses, fundadora de las Misioneras de las Doctrinas Rurales junto al beato Tiburcio Arnaiz SJ. Su causa de canonización se abrió el pasado 18 de noviembre en la Diócesis de Málaga y ahora una publicación recoge sus pensamientos espirituales.

La Hna. Leticia Montero explica a diocesismalaga.es que «acaba de editarse un pequeño libro con algunos de sus pensamientos y escritos, y testimonios de sus directores espirituales, que nos ayudan a descubrir su espíritu y personalidad». Puede adquirirse en librerías, en el Patronato del Padre Arnaiz y también está disponible on-line en la web de las Misioneras de las Doctrinas Rurales.

En el acto solemne de apertura de su causa de beatificación, el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, afirmaba que «siempre es bueno recordar las maravillas que el Señor ha hecho en María Isabel, en la obra de las Misioneras de las Doctrinas Rurales y en la persona y misión del beato P. Arnaiz».

María Isabel González del Valle nació en Oviedo, el 2 de julio de 1889. Su conversión fue en Madrid durante unos Ejercicios Espirituales, en abril de 1920. El 9 de octubre de 1920 deja definitivamente el mundo y se retira a Bélmez (Córdoba) buscando la Voluntad de Dios. El 17 de enero de 1921, en Málaga conoce al Beato Tiburcio Arnaiz S.J. , a quien toma como director espiritual. En enero de 1922, sube a la Sierra de Gibralgalia pedanía de Cártama y da comienzo la “Obra de las Doctrinas Rurales». El 18 de julio de 1926, muere en olor de santidad el P. Tiburcio Arnaiz. El primer viernes de octubre de 1928, hace una consagración al Corazón de Jesús con su sangre pidiéndole “imprime con fuerza en mi corazón el deseo de salvar las almas como tú las salvaste con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos”. En el año de la Redención de 1933, viaja a Roma, donde conoce al P. Juan Antonio Segarra, jesuita que comprendió admirablemente su alma y el espíritu de la Obra. Él recoge en sus escritos de María Isabel que «su espíritu lucidísimo y penetrante, su corazón volcánico y realista, su sentimiento finísimo de lo que exige el amor personal a Cristo, no le permitían descansar en ocupaciones pueriles, en pequeñeces y nimiedades… Se sabe y se siente esposa de Cristo, y comprende que toda la pena de Cristo, su Esposo, es por los hijos, y –uniéndose más estrechamente a Él– se preocupa de que esos hijos se acuerden de que son hijos y vivan como hijos y sean el consuelo de su Padre».

El 25 de marzo de 1933, se consolida su Obra Misionera con la “Entronización del Corazón de Jesús en el propio corazón” consagración, que la lleva a la plena identificación con Cristo. El 6 de junio de 1937, muere en Jerez de la Frontera. El 6 de junio de 1954 fueron trasladados sus restos a la iglesia de la Sierra de Gibralgalia, su primera «Doctrina». Como cuenta la Hna. Inmaculada Vila, Misionera de las Doctrinas Rurales y postuladora de la causa de María Isabel González del Valle, «en enero de 1922 subió María Isabel con otras tres jóvenes malagueñas, bajo la dirección del Beato Tiburcio Arnaiz S.J., para instalarse en una choza, vivir con ellos y como ellos. Comenzaron un sistema de formación cultural y cristiana, mediante clases para niños, jóvenes y adultos, adaptándose a sus horarios y necesidades. En unos meses “el objetivo” estaba cumplido, y un pueblo hasta entonces analfabeto, sin iglesia ni formación religiosa alguna (más que la recibida con la gracia del Bautismo y la bondad natural de sus gentes), se convirtió en un pueblo cristiano y dignificado, gracias a la formación y el cariño derramado tan abnegada y generosamente por María Isabel y sus compañeras».

El 25 de noviembre de 2019, se abrió el proceso diocesano de Beatificación en la Diócesis de Málaga, y su causa de canonización fue abierta el 18 de noviembre de 2023 en la iglesia del Sagrado Corazón, en Málaga.

Ana Medina. Artículo publicado en la hoja digital «Diócesis Málaga»

La misionera asturiana que dejó huella como «una santa simpatiquísima»

Las discípulas de María Isabel González del Valle en su Obra de las Doctrinas Rurales impulsan su beatificación, abierta en el obispado de Málaga, con una publicación que recoge sus pensamientos de entrega a los más pobres

Desde hace algo más de cien años hay en España una asociación de mujeres seglares que dedica sus días a la evangelización y a la promoción cultural y social de las zonas rurales y barrios marginales donde es difícil la presencia de algún sacerdote. Esa asociación de Misioneras de las Doctrinas Rurales, la fundó en Málaga (en 1922) el jesuita Tiburcio Arnaiz, hoy reconocido por la Iglesia como beato. Su principal colaboradora –se considera cofundadora– fue la ovetense María Isabel González del Valle Sarandeses (1889- 1937). Una mujer «santa, pero una santa simpatiquísima», según los recuerdos que dejó entre sus colaboradoras y las familias de las que cuidó material y espiritualmente en la sierra más pobre de Málaga.

A primeros de mes, con motivo de los 70 años de su fallecimiento, sus discípulas han editado un libro con los inspiradores pensamientos de María Isabel González del Valle, una niña de familia adinerada de Oviedo que dejó todas sus comodidades en Asturias para dedicarse a la instrucción en algunas de las zonas más depauperadas de España.

El libro es una iniciativa más para difundir la vida y carismática obra de esta asturiana que desde el pasado mes de noviembre tiene abierta una causa de beatificación ante las autoridades de Roma. Una forma de reconocerle, como se hizo con el Padre Arnaiz, que la suya fue una vida ejemplar para la iglesia católica. Aunque su muerte le llegara sumida «en la mayor de las pobrezas, sin una peseta para enterrarla, con su Obra en pañales e incomprendida.

Las misioneras que la trataron, los sacerdotes que la dirigieron y los pobres que gozaron de sus beneficios sabían que era un alma santa, por eso se recogieron sus objetos como reliquias desde el primer momento, se guardaron sus escritos y sus cartas», explica la granadina María Leticia Montero Granados.

Montero es la actual directora general de la asociación de las Misioneras de las Doctrinas Rurales. Como tal está detrás de la causa de beatificación. No conoció a la asturiana, pero «tuve la inmensa suerte de convivir algunos años con dos de las primeras misioneras que se unieron a María Isabel y que continuaron con la Obra después de su muerte: Carmen Pineda Herraiz y Lourdes Werner Bolín, ambas malagueñas. Ellas, por supuesto, hablaban de María Isabel como de una santa simpatiquísima».

Cuando a María Leticia Montero se le pregunta quién era María Isabel González del Valle, ella la define como «una mujer que nació a final del siglo XIX y vivió casi cuatro décadas del XX en una familia acaudalada de Oviedo, profundamente cristiana y muy implicada en la sociedad de su tiempo, tanto a nivel socioeconómico como a nivel cultural»

En ella, dice, se reunían «unas cualidades humanas extraordinarias. Inteligencia preclara, líder nata, responsable, simpática, honesta, humilde, magnánima; unidas a la abundancia de medios que le proporcionó su condición social: educación, cultura, amistades, dinero… y esta excepcional personalidad, sublimada y perfeccionada por su encuentro con el Señor Jesús, le lleva a querer identificarse con él totalmente, en una vida de entrega con todo cuanto era y tenía».

La propia María Isabel González expresó que quería dedicar su vida a ir «de pueblo en pueblo, con su ‘casina’ a cuestas, para dar a conocer a todos el Padre que tenemos», recuerda Montero. A decir de quienes la conocieron, cumplió sus deseos «con tal verdad que gastó sus fuerzas y sus bienes por los más desfavorecidos de su época, en una intensa labor evangelizadora y sociocultural hasta el último aliento de su vida».

Murió en la pobreza y ella, que había vivido una niñez y una juventud de comodidades en la Quinta de Roel y el Palacete de Concha Heres–era hija del abogado y músico Anselmo González del Valle, fundador y benefactor del Conservatorio de Oviedo y con calle en la ciudad– murió sin tener ni un duro para que la enterraran.

Su proceso de beatificación se inició hace ya varios años aunque no ha sido hasta el pasado noviembre cuando oficialmente se abrió la causa. «Un proceso de beatificación se pone en marcha por el señor Obispo que, conociendo la vida y la obra de una persona, reconoce en ella virtudes heroicas. Es decir, no simplemente se reconoce a una buena persona sino a alguien que tuvo una caridad tan extraordinaria que le llevó a realizar acciones que sin una fuerza sobrenatural no podían haberse realizado», explica la directora general de la asociación seglar, entidad de la que partió la iniciativa.

En este caso fue Jesús Catalá Ibáñez, obispo de Málaga, en cuya diócesis comenzó la Obra de las Doctrinas Rurales y donde está enterrada María Isabel, el que con el visto bueno de todos los obispos de la provincia eclesiástica de Andalucía introdujo el proceso Diocesano.

«La beatificación de nuestro cofundador, el padre Tiburcio Arnaiz, el 20 de octubre de 2018, propició que se conociera mejor a María Isabel. Muchas personas se edificaban de su vida y se encomendaban a su intercesión y obtenían los favores que solicitaban», explica Montero.

Ahora el proceso debe recoger y estudiar todos los testimonios orales o escritos que existen sobre la asturiana. Una vez concluido, se presenta toda la documentación a la Santa Sede, al Dicasterio para las Causas de los Santos, donde será estudiada por teólogos y obispos.

Vida religiosa innovadora

Quizás no cuente para los teólogos, pero entre esas virtudes a tener en cuenta está la determinación que la asturiana mostró para llevar adelante sus propósitos, contra todos los que reprochaban y criticaban una forma de vida y de compromiso que no era propia de una señorita de su época.

«María Isabel tenía un gran aprecio por la vida religiosa, pero ella sintió una vocación apostólica muy innovadora en su tiempo. Era 1920, donde los institutos de vida religiosa femeninos estaban limitados a la vida contemplativa o la vida activa asistencial en orfanatos, hospitales o colegios. No se concebía una mujer religiosa sin casa fija, sin noviciado, sin una cierta estabilidad».

«María Isabel se sentía llamada a una vida andariega, a ir a los lugares más necesitados a evangelizar, a dar a conocer el amor que Dios nos tiene. Con la evangelización iban unidas todas las obras de misericordia corporales que pudieran hacer en aquellas cortijadas o barriadas marginales», describe Montero.

Una vez creada una comunidad cristiana que pudiera mantener la labor realizada, entonces «ella quería, como el Señor y como los primeros cristianos, volar a otro punto donde hubiera más necesidad», explica María Leticia Montero.

Ahí radicaba que, para muchos, su actitud fuera «una auténtica revolución y una locura en su tiempo. Y sólo gracias al aval del padre Arnaiz, que en Málaga tenía una gran fama de santidad, pudo conseguir la asturiana comenzar a vivir su experiencia misionera seglar, con un grupo de intrépidas jóvenes malagueñas que quería vivir consagradas al Señor, totalmente confiadas en la Providencia Divina, sin la seguridad y estabilidad que ofrecían los institutos religiosos. ¡Toda una aventura!».

Pocos quedan que la conocieran en la Sierra de Gibralgalia y alrededores, donde la asturiana montó su primera Doctrina. Alguno queda, y sobre todo quedan hijos y nietos que aún saben de oídas todo lo bueno que hizo María Isabel González del Valle por su zona. Dice Montero que las historias que les llegan son muchas y de muchas partes.

La historia de las mil pesetas

«Una vez estaban trabajando en la barriada del Bogatell, en Barcelona. Llegó una mujer a pedirle una limosna para dar de comer a sus hijos, porque no tenía nada y si no aquel día tendría que prostituirse. Entonces María Isabel, que ya había empleado casi todo su capital y en ese momento sólo tenían en casa 1000 pesetas. Con la generosidad que le era propia se las dio. Después pensó que quizá había sido imprudente porque ellas –las compañeras de su comunidad– eran cuatro y se había quedado sin una peseta para comer. Entró en la capilla y le dijo al Señor que si le había agradado lo que había hecho, que aquella mañana alguien les diese una limosna grande.

A media mañana bajó a Barcelona, ya que tenía una audiencia con el obispo Irurita. Al salir a recibirlas el obispo, antes de decirles nada, le entrega a María Isabel un sobre y le dice que es una limosna que le han dado para ellas esa mañana. Cual fue la alegría de María Isabel al comprobar que eran 1.000 pesetas», relata Montero.

Respecto a la razón por la que ha llegado mucho antes la beatificación del Padre Tiburcio Arnaiz que la de su colaboradora asturiana, Leticia Montero dice que «el abanico de los Santos en la Iglesia es así de pintoresco. Dios no tiene acepción de personas y cada vida es única e irrepetible. En nuestros fundadores lo vemos muy claro: El Padre Arnaiz era un hombre de una familia muy humilde de Valladolid, que hizo una labor evangelizadora grandiosa y murió en Málaga con una tremenda fama de santidad; el mismo día de su entierro se forma un Patronato para promover su causa de beatificación, de la que María Isabel fue el alma. En cambio María Isabel, criada en la abundancia y en la honra propia de su condición social, deseó identificarse con el Amor de su Vida, en sus sufrimientos, en sus humillaciones, hasta en el abandono de su muerte».

La propia asturiana escribió con su sangre en una consagración al Corazón de Jesús en 1928: «Imprime en mi corazón el deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos». Y el Señor se lo concedió.

«Ahora, cuando el Padre Arnaiz que también la conocía ha llegado a los altares, entre otras cosas por lo mucho que se movió para ello María Isabel, el corazón de su Señor ha rodeado las circunstancias para que la figura y la obra de esta asturiana salte a la luz y se comience su camino hacia la beatificación», interpreta esta misionera seglar.

Harapientos como si fueran príncipes

Lo que más valora Leticia Montero de la figura de María Isabel González del Valle es «su sincero conocimiento de la dignidad de cada hombre, fuera de la condición social que fuera. Trataba a cada niño, a cada hombre y mujer de sus “doctrinas”, analfabetos y harapientos, como si fueran príncipes, con el mismo cariño, respeto, interés por sus cosas que ponía cuando estaba con sus familiares y amigos en Oviedo o Madrid».

La obra iniciada por María Isabel González del Valle aún tiene vigencia, aunque sean otros tiempos. «La necesidad de evangelización en el ámbito rural y en las barriadas marginales sigue siendo grande. En los tiempos de María Isabel la falta de infraestructuras los mantenían muy aislados, hoy es la falta de sacerdotes que apenas pueden atender estos lugares», explica su sucesora.

Si bien las necesidades materiales y culturales en España no son las de hace 100 años, «siguen siendo las zonas más desfavorecidas tanto en el plano social como cultural; a los habitantes de esas zonas les cuesta acudir a los trabajadores sociales y no suelen tener acceso a unas clases de repaso, de inglés, de música, de manuales, etcétera. Como la evangelización siempre va acompañada de grandes beneficios para la vida cultural y social de los pueblos, nosotras seguimos dando a conocer el amor que Dios nos tiene e interesándonos por las necesidades de todos los vecinos y poniendo clases totalmente gratuitas de todo lo que vemos les puede dignificar».

Para que la beatificación llegue a buen puerto, dicen sus compañeras, «es cuestión de difundir su vida». Tras la edición del pequeño libro con sus pensamientos vendrá, después del verano, «una biografía suya que seguro va a darla a conocer a muchas personas que van a tomarle mucho cariño y acudir a su intercesión». Esa es otra de las claves del proceso. Como explica Leticia Montero, «ahora, mientras se va preparando toda la documentación para que se estudien sus virtudes heroicas, lo importante es pedir su intercesión ante Dios en casos imposibles de curaciones, para que Dios haga por su intercesión un milagro que no pueda tener explicación científica, que es la prueba que la Iglesia exige para beatificar a un cristiano y certificar que se le puede dar culto público en la Iglesia con la seguridad de que su vida fue heroica y está en el Cielo y la podemos tomar como intercesora».

El tiempo que puede llevar esa causa es difícil de prever. «Depende mucho de esta intervención de Dios con un milagro. Por eso es importante pedirle muchas cosas aunque sean imposibles, porque si Dios quiere glorificar a su Sierva, lo concederá por su intercesión».

A. Rubiera. Artículo publicado en «La Nueva España»

En vía de beatificación la niña rica ovetense que eligió la pobreza rural

María Isabel González del Valle fue una entregada seglar que llevó el apoyo espiritual y escolar a pueblos remotos de Málaga.

Cuenta la hermana Leticia Montero, directora de la asociación católica de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, que cuando hace unos años el Papa Francisco beatificó al jesuita español Tiburcio Arnaiz fueron muchos los que descubrieron que su «mano derecha» en la evangelización de los pueblos rurales más remotos y abandonados de Málaga era una mujer «tan heroica» como él.

Esa mujer era asturiana, de familia muy bien acomodada, y se llamaba María Isabel González del Valle Sarandeses (Oviedo 1889-Jerez de la Frontera 1937).

Pero mientras el padre Arnaiz murió avalado por multitudes que reconocieron su apostolado y que hicieron de su funeral un acontecimiento en Málaga en 1926, María Isabel González del Valle lo hizo una década después, cuando contaba solo 47 años y «sin que hubiera ni un céntimo para enterrarla», cuentan sus sucesoras.

Escaso pago para una mujer procedente de la mejor sociedad asturiana, hija del abogado y músico Anselmo González del Valle, fundador y benefactor del Conservatorio de Oviedo y con calle en la ciudad, que decidió que ella no quería riqueza ninguna y sintió la llamada de Dios con tal fuerza que se consagró a su idea de la felicidad. Que no era otra que «ir con la ‘casina’ a cuestas, de pueblo en pueblo, dando a conocer a todos el Padre que tenemos», como ella decía.

María Isabel en Montecorto (Málaga),1923. A su lado, Leonor Werner, atrás Ana María, mujer del notario de Algodonales y Rosario Merencio

María Isabel González del Valle (sentada, a la derecha), en uno de los pueblos de Málaga, con sus compañeras.

Como seglar, María Isabel González del Valle se vinculó al proyecto del padre Arnaiz y a la encomienda que este impulsaba de evangelizar los pueblos más alejados de todo y de todos. Eso suponía llevar la escolarización, la atención a los enfermos y la doctrina cristiana a aldeas remotas, donde la pobreza era el denominador común. Empezó por la Sierra de Gibralgalia. Y ella, que había vivido una niñez, infancia y juventud de comodidades en la Quinta de Roel y otros palacetes en el corazón ovetense, pasó a vivir sin agua, ni luz, ni comodidad ninguna. Y fue la cofundadora de la Obra de las Doctrinas Rurales, una asociación que nunca tuvo muchas integrantes y aún hoy tiene a una decena de mujeres desarrollando sus proyectos de evangelizar por zonas donde no llegan los sacerdotes.

Y es ahora cuando esa entrega de María Isabel González del Valle podría ponerla en el lugar que ella no buscó nunca. El pasado mes de noviembre se celebraba en Málaga la apertura oficial de la causa de su canonización, en la que tan ilusionadas están sus sucesoras.

«El espíritu de la Obra sigue siendo el suyo y su ejemplo de entrega, de sacrificio, de desprendimiento, de fortaleza, de caridad y de alegría siempre nos inspira», dice la hermana Leticia Montero. Añade que a María Isabel también se la recuerda porque era «una mujer muy simpática, con un don de gentes grandísimo. Una mujer a la que el señor le tocó el corazón y ella lo dio todo por vivir como él».

El próximo 6 de junio se cumplirán 87 años de su fallecimiento y ese día verá la luz un «librito de sus pensamientos», al que seguirá meses después una biografía. Todos pasos firmes para dar a conocer su vida, su entrega y la causa de beatificación que persiguen todos los que saben cuánto y bueno hizo por las gentes de Andalucía y por la comunidad cristiana la Obra de las Doctrinas Rurales. Su causa puede seguirse en internet: mariaisabel.mdrurales.com

A. Rubiera – Artículo publicado en La Nueva España