Un libro recoge los pensamientos de María Isabel González del Valle, fundadora de las Doctrinas Rurales

El día dos de julio se cumplen ciento treinta y cinco años del nacimiento, en Oviedo, de la Sierva de Dios María Isabel González del Valle Sarandeses, fundadora de las Misioneras de las Doctrinas Rurales junto al beato Tiburcio Arnaiz SJ. Su causa de canonización se abrió el pasado 18 de noviembre en la Diócesis de Málaga y ahora una publicación recoge sus pensamientos espirituales.

La Hna. Leticia Montero explica a diocesismalaga.es que «acaba de editarse un pequeño libro con algunos de sus pensamientos y escritos, y testimonios de sus directores espirituales, que nos ayudan a descubrir su espíritu y personalidad». Puede adquirirse en librerías, en el Patronato del Padre Arnaiz y también está disponible on-line en la web de las Misioneras de las Doctrinas Rurales.

En el acto solemne de apertura de su causa de beatificación, el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, afirmaba que «siempre es bueno recordar las maravillas que el Señor ha hecho en María Isabel, en la obra de las Misioneras de las Doctrinas Rurales y en la persona y misión del beato P. Arnaiz».

María Isabel González del Valle nació en Oviedo, el 2 de julio de 1889. Su conversión fue en Madrid durante unos Ejercicios Espirituales, en abril de 1920. El 9 de octubre de 1920 deja definitivamente el mundo y se retira a Bélmez (Córdoba) buscando la Voluntad de Dios. El 17 de enero de 1921, en Málaga conoce al Beato Tiburcio Arnaiz S.J. , a quien toma como director espiritual. En enero de 1922, sube a la Sierra de Gibralgalia pedanía de Cártama y da comienzo la “Obra de las Doctrinas Rurales». El 18 de julio de 1926, muere en olor de santidad el P. Tiburcio Arnaiz. El primer viernes de octubre de 1928, hace una consagración al Corazón de Jesús con su sangre pidiéndole “imprime con fuerza en mi corazón el deseo de salvar las almas como tú las salvaste con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos”. En el año de la Redención de 1933, viaja a Roma, donde conoce al P. Juan Antonio Segarra, jesuita que comprendió admirablemente su alma y el espíritu de la Obra. Él recoge en sus escritos de María Isabel que «su espíritu lucidísimo y penetrante, su corazón volcánico y realista, su sentimiento finísimo de lo que exige el amor personal a Cristo, no le permitían descansar en ocupaciones pueriles, en pequeñeces y nimiedades… Se sabe y se siente esposa de Cristo, y comprende que toda la pena de Cristo, su Esposo, es por los hijos, y –uniéndose más estrechamente a Él– se preocupa de que esos hijos se acuerden de que son hijos y vivan como hijos y sean el consuelo de su Padre».

El 25 de marzo de 1933, se consolida su Obra Misionera con la “Entronización del Corazón de Jesús en el propio corazón” consagración, que la lleva a la plena identificación con Cristo. El 6 de junio de 1937, muere en Jerez de la Frontera. El 6 de junio de 1954 fueron trasladados sus restos a la iglesia de la Sierra de Gibralgalia, su primera «Doctrina». Como cuenta la Hna. Inmaculada Vila, Misionera de las Doctrinas Rurales y postuladora de la causa de María Isabel González del Valle, «en enero de 1922 subió María Isabel con otras tres jóvenes malagueñas, bajo la dirección del Beato Tiburcio Arnaiz S.J., para instalarse en una choza, vivir con ellos y como ellos. Comenzaron un sistema de formación cultural y cristiana, mediante clases para niños, jóvenes y adultos, adaptándose a sus horarios y necesidades. En unos meses “el objetivo” estaba cumplido, y un pueblo hasta entonces analfabeto, sin iglesia ni formación religiosa alguna (más que la recibida con la gracia del Bautismo y la bondad natural de sus gentes), se convirtió en un pueblo cristiano y dignificado, gracias a la formación y el cariño derramado tan abnegada y generosamente por María Isabel y sus compañeras».

El 25 de noviembre de 2019, se abrió el proceso diocesano de Beatificación en la Diócesis de Málaga, y su causa de canonización fue abierta el 18 de noviembre de 2023 en la iglesia del Sagrado Corazón, en Málaga.

Ana Medina. Artículo publicado en la hoja digital «Diócesis Málaga»

La misionera asturiana que dejó huella como «una santa simpatiquísima»

Las discípulas de María Isabel González del Valle en su Obra de las Doctrinas Rurales impulsan su beatificación, abierta en el obispado de Málaga, con una publicación que recoge sus pensamientos de entrega a los más pobres

Desde hace algo más de cien años hay en España una asociación de mujeres seglares que dedica sus días a la evangelización y a la promoción cultural y social de las zonas rurales y barrios marginales donde es difícil la presencia de algún sacerdote. Esa asociación de Misioneras de las Doctrinas Rurales, la fundó en Málaga (en 1922) el jesuita Tiburcio Arnaiz, hoy reconocido por la Iglesia como beato. Su principal colaboradora –se considera cofundadora– fue la ovetense María Isabel González del Valle Sarandeses (1889- 1937). Una mujer «santa, pero una santa simpatiquísima», según los recuerdos que dejó entre sus colaboradoras y las familias de las que cuidó material y espiritualmente en la sierra más pobre de Málaga.

A primeros de mes, con motivo de los 70 años de su fallecimiento, sus discípulas han editado un libro con los inspiradores pensamientos de María Isabel González del Valle, una niña de familia adinerada de Oviedo que dejó todas sus comodidades en Asturias para dedicarse a la instrucción en algunas de las zonas más depauperadas de España.

El libro es una iniciativa más para difundir la vida y carismática obra de esta asturiana que desde el pasado mes de noviembre tiene abierta una causa de beatificación ante las autoridades de Roma. Una forma de reconocerle, como se hizo con el Padre Arnaiz, que la suya fue una vida ejemplar para la iglesia católica. Aunque su muerte le llegara sumida «en la mayor de las pobrezas, sin una peseta para enterrarla, con su Obra en pañales e incomprendida.

Las misioneras que la trataron, los sacerdotes que la dirigieron y los pobres que gozaron de sus beneficios sabían que era un alma santa, por eso se recogieron sus objetos como reliquias desde el primer momento, se guardaron sus escritos y sus cartas», explica la granadina María Leticia Montero Granados.

Montero es la actual directora general de la asociación de las Misioneras de las Doctrinas Rurales. Como tal está detrás de la causa de beatificación. No conoció a la asturiana, pero «tuve la inmensa suerte de convivir algunos años con dos de las primeras misioneras que se unieron a María Isabel y que continuaron con la Obra después de su muerte: Carmen Pineda Herraiz y Lourdes Werner Bolín, ambas malagueñas. Ellas, por supuesto, hablaban de María Isabel como de una santa simpatiquísima».

Cuando a María Leticia Montero se le pregunta quién era María Isabel González del Valle, ella la define como «una mujer que nació a final del siglo XIX y vivió casi cuatro décadas del XX en una familia acaudalada de Oviedo, profundamente cristiana y muy implicada en la sociedad de su tiempo, tanto a nivel socioeconómico como a nivel cultural»

En ella, dice, se reunían «unas cualidades humanas extraordinarias. Inteligencia preclara, líder nata, responsable, simpática, honesta, humilde, magnánima; unidas a la abundancia de medios que le proporcionó su condición social: educación, cultura, amistades, dinero… y esta excepcional personalidad, sublimada y perfeccionada por su encuentro con el Señor Jesús, le lleva a querer identificarse con él totalmente, en una vida de entrega con todo cuanto era y tenía».

La propia María Isabel González expresó que quería dedicar su vida a ir «de pueblo en pueblo, con su ‘casina’ a cuestas, para dar a conocer a todos el Padre que tenemos», recuerda Montero. A decir de quienes la conocieron, cumplió sus deseos «con tal verdad que gastó sus fuerzas y sus bienes por los más desfavorecidos de su época, en una intensa labor evangelizadora y sociocultural hasta el último aliento de su vida».

Murió en la pobreza y ella, que había vivido una niñez y una juventud de comodidades en la Quinta de Roel y el Palacete de Concha Heres–era hija del abogado y músico Anselmo González del Valle, fundador y benefactor del Conservatorio de Oviedo y con calle en la ciudad– murió sin tener ni un duro para que la enterraran.

Su proceso de beatificación se inició hace ya varios años aunque no ha sido hasta el pasado noviembre cuando oficialmente se abrió la causa. «Un proceso de beatificación se pone en marcha por el señor Obispo que, conociendo la vida y la obra de una persona, reconoce en ella virtudes heroicas. Es decir, no simplemente se reconoce a una buena persona sino a alguien que tuvo una caridad tan extraordinaria que le llevó a realizar acciones que sin una fuerza sobrenatural no podían haberse realizado», explica la directora general de la asociación seglar, entidad de la que partió la iniciativa.

En este caso fue Jesús Catalá Ibáñez, obispo de Málaga, en cuya diócesis comenzó la Obra de las Doctrinas Rurales y donde está enterrada María Isabel, el que con el visto bueno de todos los obispos de la provincia eclesiástica de Andalucía introdujo el proceso Diocesano.

«La beatificación de nuestro cofundador, el padre Tiburcio Arnaiz, el 20 de octubre de 2018, propició que se conociera mejor a María Isabel. Muchas personas se edificaban de su vida y se encomendaban a su intercesión y obtenían los favores que solicitaban», explica Montero.

Ahora el proceso debe recoger y estudiar todos los testimonios orales o escritos que existen sobre la asturiana. Una vez concluido, se presenta toda la documentación a la Santa Sede, al Dicasterio para las Causas de los Santos, donde será estudiada por teólogos y obispos.

Vida religiosa innovadora

Quizás no cuente para los teólogos, pero entre esas virtudes a tener en cuenta está la determinación que la asturiana mostró para llevar adelante sus propósitos, contra todos los que reprochaban y criticaban una forma de vida y de compromiso que no era propia de una señorita de su época.

«María Isabel tenía un gran aprecio por la vida religiosa, pero ella sintió una vocación apostólica muy innovadora en su tiempo. Era 1920, donde los institutos de vida religiosa femeninos estaban limitados a la vida contemplativa o la vida activa asistencial en orfanatos, hospitales o colegios. No se concebía una mujer religiosa sin casa fija, sin noviciado, sin una cierta estabilidad».

«María Isabel se sentía llamada a una vida andariega, a ir a los lugares más necesitados a evangelizar, a dar a conocer el amor que Dios nos tiene. Con la evangelización iban unidas todas las obras de misericordia corporales que pudieran hacer en aquellas cortijadas o barriadas marginales», describe Montero.

Una vez creada una comunidad cristiana que pudiera mantener la labor realizada, entonces «ella quería, como el Señor y como los primeros cristianos, volar a otro punto donde hubiera más necesidad», explica María Leticia Montero.

Ahí radicaba que, para muchos, su actitud fuera «una auténtica revolución y una locura en su tiempo. Y sólo gracias al aval del padre Arnaiz, que en Málaga tenía una gran fama de santidad, pudo conseguir la asturiana comenzar a vivir su experiencia misionera seglar, con un grupo de intrépidas jóvenes malagueñas que quería vivir consagradas al Señor, totalmente confiadas en la Providencia Divina, sin la seguridad y estabilidad que ofrecían los institutos religiosos. ¡Toda una aventura!».

Pocos quedan que la conocieran en la Sierra de Gibralgalia y alrededores, donde la asturiana montó su primera Doctrina. Alguno queda, y sobre todo quedan hijos y nietos que aún saben de oídas todo lo bueno que hizo María Isabel González del Valle por su zona. Dice Montero que las historias que les llegan son muchas y de muchas partes.

La historia de las mil pesetas

«Una vez estaban trabajando en la barriada del Bogatell, en Barcelona. Llegó una mujer a pedirle una limosna para dar de comer a sus hijos, porque no tenía nada y si no aquel día tendría que prostituirse. Entonces María Isabel, que ya había empleado casi todo su capital y en ese momento sólo tenían en casa 1000 pesetas. Con la generosidad que le era propia se las dio. Después pensó que quizá había sido imprudente porque ellas –las compañeras de su comunidad– eran cuatro y se había quedado sin una peseta para comer. Entró en la capilla y le dijo al Señor que si le había agradado lo que había hecho, que aquella mañana alguien les diese una limosna grande.

A media mañana bajó a Barcelona, ya que tenía una audiencia con el obispo Irurita. Al salir a recibirlas el obispo, antes de decirles nada, le entrega a María Isabel un sobre y le dice que es una limosna que le han dado para ellas esa mañana. Cual fue la alegría de María Isabel al comprobar que eran 1.000 pesetas», relata Montero.

Respecto a la razón por la que ha llegado mucho antes la beatificación del Padre Tiburcio Arnaiz que la de su colaboradora asturiana, Leticia Montero dice que «el abanico de los Santos en la Iglesia es así de pintoresco. Dios no tiene acepción de personas y cada vida es única e irrepetible. En nuestros fundadores lo vemos muy claro: El Padre Arnaiz era un hombre de una familia muy humilde de Valladolid, que hizo una labor evangelizadora grandiosa y murió en Málaga con una tremenda fama de santidad; el mismo día de su entierro se forma un Patronato para promover su causa de beatificación, de la que María Isabel fue el alma. En cambio María Isabel, criada en la abundancia y en la honra propia de su condición social, deseó identificarse con el Amor de su Vida, en sus sufrimientos, en sus humillaciones, hasta en el abandono de su muerte».

La propia asturiana escribió con su sangre en una consagración al Corazón de Jesús en 1928: «Imprime en mi corazón el deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos». Y el Señor se lo concedió.

«Ahora, cuando el Padre Arnaiz que también la conocía ha llegado a los altares, entre otras cosas por lo mucho que se movió para ello María Isabel, el corazón de su Señor ha rodeado las circunstancias para que la figura y la obra de esta asturiana salte a la luz y se comience su camino hacia la beatificación», interpreta esta misionera seglar.

Harapientos como si fueran príncipes

Lo que más valora Leticia Montero de la figura de María Isabel González del Valle es «su sincero conocimiento de la dignidad de cada hombre, fuera de la condición social que fuera. Trataba a cada niño, a cada hombre y mujer de sus “doctrinas”, analfabetos y harapientos, como si fueran príncipes, con el mismo cariño, respeto, interés por sus cosas que ponía cuando estaba con sus familiares y amigos en Oviedo o Madrid».

La obra iniciada por María Isabel González del Valle aún tiene vigencia, aunque sean otros tiempos. «La necesidad de evangelización en el ámbito rural y en las barriadas marginales sigue siendo grande. En los tiempos de María Isabel la falta de infraestructuras los mantenían muy aislados, hoy es la falta de sacerdotes que apenas pueden atender estos lugares», explica su sucesora.

Si bien las necesidades materiales y culturales en España no son las de hace 100 años, «siguen siendo las zonas más desfavorecidas tanto en el plano social como cultural; a los habitantes de esas zonas les cuesta acudir a los trabajadores sociales y no suelen tener acceso a unas clases de repaso, de inglés, de música, de manuales, etcétera. Como la evangelización siempre va acompañada de grandes beneficios para la vida cultural y social de los pueblos, nosotras seguimos dando a conocer el amor que Dios nos tiene e interesándonos por las necesidades de todos los vecinos y poniendo clases totalmente gratuitas de todo lo que vemos les puede dignificar».

Para que la beatificación llegue a buen puerto, dicen sus compañeras, «es cuestión de difundir su vida». Tras la edición del pequeño libro con sus pensamientos vendrá, después del verano, «una biografía suya que seguro va a darla a conocer a muchas personas que van a tomarle mucho cariño y acudir a su intercesión». Esa es otra de las claves del proceso. Como explica Leticia Montero, «ahora, mientras se va preparando toda la documentación para que se estudien sus virtudes heroicas, lo importante es pedir su intercesión ante Dios en casos imposibles de curaciones, para que Dios haga por su intercesión un milagro que no pueda tener explicación científica, que es la prueba que la Iglesia exige para beatificar a un cristiano y certificar que se le puede dar culto público en la Iglesia con la seguridad de que su vida fue heroica y está en el Cielo y la podemos tomar como intercesora».

El tiempo que puede llevar esa causa es difícil de prever. «Depende mucho de esta intervención de Dios con un milagro. Por eso es importante pedirle muchas cosas aunque sean imposibles, porque si Dios quiere glorificar a su Sierva, lo concederá por su intercesión».

A. Rubiera. Artículo publicado en «La Nueva España»

En vía de beatificación la niña rica ovetense que eligió la pobreza rural

María Isabel González del Valle fue una entregada seglar que llevó el apoyo espiritual y escolar a pueblos remotos de Málaga.

Cuenta la hermana Leticia Montero, directora de la asociación católica de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, que cuando hace unos años el Papa Francisco beatificó al jesuita español Tiburcio Arnaiz fueron muchos los que descubrieron que su «mano derecha» en la evangelización de los pueblos rurales más remotos y abandonados de Málaga era una mujer «tan heroica» como él.

Esa mujer era asturiana, de familia muy bien acomodada, y se llamaba María Isabel González del Valle Sarandeses (Oviedo 1889-Jerez de la Frontera 1937).

Pero mientras el padre Arnaiz murió avalado por multitudes que reconocieron su apostolado y que hicieron de su funeral un acontecimiento en Málaga en 1926, María Isabel González del Valle lo hizo una década después, cuando contaba solo 47 años y «sin que hubiera ni un céntimo para enterrarla», cuentan sus sucesoras.

Escaso pago para una mujer procedente de la mejor sociedad asturiana, hija del abogado y músico Anselmo González del Valle, fundador y benefactor del Conservatorio de Oviedo y con calle en la ciudad, que decidió que ella no quería riqueza ninguna y sintió la llamada de Dios con tal fuerza que se consagró a su idea de la felicidad. Que no era otra que «ir con la ‘casina’ a cuestas, de pueblo en pueblo, dando a conocer a todos el Padre que tenemos», como ella decía.

María Isabel en Montecorto (Málaga),1923. A su lado, Leonor Werner, atrás Ana María, mujer del notario de Algodonales y Rosario Merencio

María Isabel González del Valle (sentada, a la derecha), en uno de los pueblos de Málaga, con sus compañeras.

Como seglar, María Isabel González del Valle se vinculó al proyecto del padre Arnaiz y a la encomienda que este impulsaba de evangelizar los pueblos más alejados de todo y de todos. Eso suponía llevar la escolarización, la atención a los enfermos y la doctrina cristiana a aldeas remotas, donde la pobreza era el denominador común. Empezó por la Sierra de Gibralgalia. Y ella, que había vivido una niñez, infancia y juventud de comodidades en la Quinta de Roel y otros palacetes en el corazón ovetense, pasó a vivir sin agua, ni luz, ni comodidad ninguna. Y fue la cofundadora de la Obra de las Doctrinas Rurales, una asociación que nunca tuvo muchas integrantes y aún hoy tiene a una decena de mujeres desarrollando sus proyectos de evangelizar por zonas donde no llegan los sacerdotes.

Y es ahora cuando esa entrega de María Isabel González del Valle podría ponerla en el lugar que ella no buscó nunca. El pasado mes de noviembre se celebraba en Málaga la apertura oficial de la causa de su canonización, en la que tan ilusionadas están sus sucesoras.

«El espíritu de la Obra sigue siendo el suyo y su ejemplo de entrega, de sacrificio, de desprendimiento, de fortaleza, de caridad y de alegría siempre nos inspira», dice la hermana Leticia Montero. Añade que a María Isabel también se la recuerda porque era «una mujer muy simpática, con un don de gentes grandísimo. Una mujer a la que el señor le tocó el corazón y ella lo dio todo por vivir como él».

El próximo 6 de junio se cumplirán 87 años de su fallecimiento y ese día verá la luz un «librito de sus pensamientos», al que seguirá meses después una biografía. Todos pasos firmes para dar a conocer su vida, su entrega y la causa de beatificación que persiguen todos los que saben cuánto y bueno hizo por las gentes de Andalucía y por la comunidad cristiana la Obra de las Doctrinas Rurales. Su causa puede seguirse en internet: mariaisabel.mdrurales.com

A. Rubiera – Artículo publicado en La Nueva España

María Isabel González del Valle, una vida que merece darse a conocer

Mª Isabel González del Valle, una vida que merece darse a conocer

El pasado mes de noviembre se abría oficialmente, en Málaga, el proceso de canonización de María Isabel González del Valle Sarandeses fundadora, junto con el beato padre Arnaiz, de la Obra de las Doctrinas Rurales. Esta institución, formada por seglares consagradas, no tiene casa propia, noviciado ni un lugar fijo de misión, sino que atiende temporalmente pueblos o barrios, según les soliciten, viviendo entre sus habitantes como uno más, ofreciendo catequesis a todas las edades e impartiendo clases y talleres gratuitos de todo tipo, desde informática hasta labores, inglés, mecanografía, alfabetización, español para inmigrantes o preparación para el carnet de conducir. La historia de María Isabel resulta especialmente llamativa, teniendo en cuenta el ambiente en el que nació y se crió, la fuerte llamada del Señor que recibió, y cómo finalmente encontró una salida para llevar a cabo ese carisma que ella veía tan claro, tan particular y desconocido hasta el momento, con la colaboración del padre Arnaiz. Desde Asturias hasta Málaga, donde actualmente está enterrada, su recuerdo resuena fuertemente entre las Misioneras de las Doctrinas Rurales, que desde hace unos meses, impulsan su causa de canonización, convencidas de que al igual que el beato P. Arnaiz es un santo, «también María Isabel lo es, y todo el mundo nos lo decía, y nos animaba a promover su causa», reconoce la Hna. Leticia Montero, Directora de las Misioneras de las Doctrinas Rurales. Su historia merece ser dada a conocer.

María Isabel González del Valle nació en Oviedo en julio de 1889, y era la duodécima hija de don Anselmo González del Valle, una ilustre figura de la Asturias de finales del siglo XIX, que contribuyó especialmente al desarrollo económico y cultural de la región asturiana. Para hacerse una idea, intervino en la fundación de la compañía de ferrocarril de Asturias, en la Sociedad Industrial de Santa Bárbara, en la fábrica de cerveza Águila Negra, y otras muchas iniciativas y luego en el ámbito cultural, hay que destacar que era un amante de la música, era su pasión, y fue uno de los principales promotores de la Escuela Provincial y Elemental de Música de Oviedo y también estuvo en el origen de la Sociedad Filarmónica.» María Isabel vivió su infancia y juventud en un ambiente muy rico y acaudalado –relata la Hna. Leticia Montero–. Nació en el Palacio de Velarde, actual Museo de Bellas Artes de Oviedo y fue bautizada en San Tirso El Real. Pero al mismo tiempo, sus padres eran personas muy piadosas, especialmente su madre. De hecho tuvo cuatro hermanas religiosas, dos Salesas y dos Reparadoras. Su casa comunicaba directamente con una tribuna de la iglesia de San Tirso, y ella estaba acostumbrada a visitar al Señor». «De manera de ser, como nos cuentan los que la conocieron –prosigue la Hna. Leticia–, nos dicen que era una chica muy agraciada, expresiva y alegre, con mucha inteligencia, con una grandeza de alma muy grande, y sobre todo era cabeza de grupo por aclamación tácita. Sus amigos de juventud la llamaban «la reina». Lo que ella disponía y la fiesta que ella organizaba y la salida que tenía en mente, todo eso se hacía y el resto estaba de acuerdo».

María Isabel González del Valle, en su juventud

Vivió en Oviedo hasta los 18 años. Su madre fallece cuando ella tenía tan solo 10, por lo que su educación estuvo encomendada a las religiosas salesas. De estos tiempos se recogen dos anécdotas muy particulares: «una de ellas, cuando todavía era muy pequeña, con tan solo siete años –explica la Directora de las Misioneras de las Doctrinas Rurales–. Ella misma cuenta que iba leyendo una biblia infantil, por un pradín de margaritas de su casa. Entonces leyó el «pasaje del joven rico» y se quedó tan impresionada que dijo: Señor, yo nunca seré rica. Claramente, era demasiado pequeña para darse cuenta de que ella ya era rica, y cuenta que sintió cómo el Señor le decía: Para eso te he escogido yo: para que un día lo dejes todo por mí. Y ella cuenta que, toda su vida, cuando recordaba ese momento, se sentía invadida por el Señor. Otro de los recuerdos que se tienen de esa época fue en un mes de mayo, estando en el colegio de La Salesas, una de las religiosas dice que tuvo como una visión que vio a una niña del colegio y detrás un grupo muy grande de personas que le seguían. Al darse la vuelta esa niña, la religiosa vio que se trataba de María Isabel. Al terminar ese acto, la religiosa reunió a todas y sin dirigirse a ninguna en concreto, les dijo que tenían que ser todas muy fieles a lo que el Señor le pidiera, porque ella creía que Dios tenía designios muy grandes para alguna de ellas.  Pasado el tiempo, a una de sus hermanas, esta religiosa le confesó que esa niña a la que había visto era María Isabel».

Con 18 años también fallece su padre, y María Isabel se va a vivir con uno de sus hermanos y más hermanas a Madrid. Deja Asturias definitivamente, aunque siempre mantuvo el contacto y llegó a venir alguna vez a ver a su familia. Fue una época donde, sin descuidar su fe, vivió de manera «frívola y divertida», donde todas sus preocupaciones consistían en pasear, ir al teatro y estar con la familia y los amigos. Sin embargo, en 1920 hace unos Ejercicios Espirituales con el padre Castro, «el primero que la va a encauzar», explica la Hna. Leticia, y en «esos Ejercicios, a los que acudió más bien por compromiso, porque le parecía que tenía que hacer algo más por el Señor, sale totalmente transformada. Dice que se había enamorado del Señor y su vida cambia totalmente. Todos los que la conocen se quedan muy sorprendidos porque, aunque sigue teniendo vida social, la recorta muchísimo y en cambio aumenta especialmente su vida de piedad. Ella siente una llamada especial, pero no a la vida religiosa. Algo que era difícil de encajar en aquel momento. El padre Castro intenta que vaya a distintas comunidades religiosas, pero no es su lugar, ella dice que el Señor quiere que vaya con mi casina a cuestas, dando a conocer a todos el Padre que tenemos».

Primera Doctrina, en Gibralgalia (Málaga)

Esa llamada fue satisfecha cuando conoce al padre Arnaiz, un sacerdote jesuita que dirige un grupo de chicos y chicas que colaboran en hospitales, en la cárcel, en barrios marginales etc. «El padre Arnaiz había ido a conocer la población de Pizarra (Málaga), donde había encontrado un asentamiento de casi mil personas viviendo en unas terribles condiciones de salud, de higiene, sin formación de ningún tipo, y a dos horas de la iglesia más cercana. El padre quería quedarse allí a vivir, pero sus colaboradores le decían que era una locura quedarse en ese lugar. Y dijo una frase que nunca llegó a olvidarse: Cuando Dios quiere una cosa, manda las personas y los medios. Y las personas y los medios los mandó con María Isabel, que se presentó a él, y al darle a conocer el P. Arnaiz aquel lugar, vio que era donde Dios la quería. Aquello suponía irse a vivir a una choza sin luz, sin agua, alejada de toda civilización. Y ahí nació la primera Doctrina, tal y como nosotros la llamamos. En la sierra de Gibralgalia, en Málaga, donde ella misma hizo levantar una iglesia, y donde ahora está enterrada».

En este siglo de vida de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, han llegado a tener  280 Doctrinas y 500 misiones o lugares donde han permanecido un tiempo más breve trabajando en una misión popular o reforzando la labor que habían hecho en una Doctrina anterior.

Artículo publicado en Archidiócesis de Oviedo

Abierta la Causa de Canonización de la asturiana María Isabel González del Valle

El pasado mes de noviembre se celebraba, en Málaga, la apertura oficial de la Causa de Canonización de María Isabel González del Valle Sarandeses, cofundadora, junto con el beato Tiburcio Arnaiz SJ, de la Obra de las Doctrinas Rurales. La institución puede ser poco conocida en nuestra diócesis pero el apellido ciertamente sonará familiar a los ovetenses, ya que hay una céntrica calle que lleva el nombre de su padre, Anselmo González del Valle, abogado y músico que, junto con su mujer, María de los Dolores, tuvo quince hijos de los cuales cuatro se consagraron a Dios. En Oviedo nació y vivió sus primeros años hasta que, a los 18, al morir su padre, se trasladó a Madrid.

Fallecida en 1937, sus restos reposan actualmente en la iglesia parroquial de la Sierra de Gibralgalia (Málaga), lugar donde comenzaba la fundación de la Obra de las Doctrinas Rurales.

Artículo publicado en Archidiócesis de Oviedo