La misionera asturiana que dejó huella como «una santa simpatiquísima»

Las discípulas de María Isabel González del Valle en su Obra de las Doctrinas Rurales impulsan su beatificación, abierta en el obispado de Málaga, con una publicación que recoge sus pensamientos de entrega a los más pobres

Desde hace algo más de cien años hay en España una asociación de mujeres seglares que dedica sus días a la evangelización y a la promoción cultural y social de las zonas rurales y barrios marginales donde es difícil la presencia de algún sacerdote. Esa asociación de Misioneras de las Doctrinas Rurales, la fundó en Málaga (en 1922) el jesuita Tiburcio Arnaiz, hoy reconocido por la Iglesia como beato. Su principal colaboradora –se considera cofundadora– fue la ovetense María Isabel González del Valle Sarandeses (1889- 1937). Una mujer «santa, pero una santa simpatiquísima», según los recuerdos que dejó entre sus colaboradoras y las familias de las que cuidó material y espiritualmente en la sierra más pobre de Málaga.

A primeros de mes, con motivo de los 70 años de su fallecimiento, sus discípulas han editado un libro con los inspiradores pensamientos de María Isabel González del Valle, una niña de familia adinerada de Oviedo que dejó todas sus comodidades en Asturias para dedicarse a la instrucción en algunas de las zonas más depauperadas de España.

El libro es una iniciativa más para difundir la vida y carismática obra de esta asturiana que desde el pasado mes de noviembre tiene abierta una causa de beatificación ante las autoridades de Roma. Una forma de reconocerle, como se hizo con el Padre Arnaiz, que la suya fue una vida ejemplar para la iglesia católica. Aunque su muerte le llegara sumida «en la mayor de las pobrezas, sin una peseta para enterrarla, con su Obra en pañales e incomprendida.

Las misioneras que la trataron, los sacerdotes que la dirigieron y los pobres que gozaron de sus beneficios sabían que era un alma santa, por eso se recogieron sus objetos como reliquias desde el primer momento, se guardaron sus escritos y sus cartas», explica la granadina María Leticia Montero Granados.

Montero es la actual directora general de la asociación de las Misioneras de las Doctrinas Rurales. Como tal está detrás de la causa de beatificación. No conoció a la asturiana, pero «tuve la inmensa suerte de convivir algunos años con dos de las primeras misioneras que se unieron a María Isabel y que continuaron con la Obra después de su muerte: Carmen Pineda Herraiz y Lourdes Werner Bolín, ambas malagueñas. Ellas, por supuesto, hablaban de María Isabel como de una santa simpatiquísima».

Cuando a María Leticia Montero se le pregunta quién era María Isabel González del Valle, ella la define como «una mujer que nació a final del siglo XIX y vivió casi cuatro décadas del XX en una familia acaudalada de Oviedo, profundamente cristiana y muy implicada en la sociedad de su tiempo, tanto a nivel socioeconómico como a nivel cultural»

En ella, dice, se reunían «unas cualidades humanas extraordinarias. Inteligencia preclara, líder nata, responsable, simpática, honesta, humilde, magnánima; unidas a la abundancia de medios que le proporcionó su condición social: educación, cultura, amistades, dinero… y esta excepcional personalidad, sublimada y perfeccionada por su encuentro con el Señor Jesús, le lleva a querer identificarse con él totalmente, en una vida de entrega con todo cuanto era y tenía».

La propia María Isabel González expresó que quería dedicar su vida a ir «de pueblo en pueblo, con su ‘casina’ a cuestas, para dar a conocer a todos el Padre que tenemos», recuerda Montero. A decir de quienes la conocieron, cumplió sus deseos «con tal verdad que gastó sus fuerzas y sus bienes por los más desfavorecidos de su época, en una intensa labor evangelizadora y sociocultural hasta el último aliento de su vida».

Murió en la pobreza y ella, que había vivido una niñez y una juventud de comodidades en la Quinta de Roel y el Palacete de Concha Heres–era hija del abogado y músico Anselmo González del Valle, fundador y benefactor del Conservatorio de Oviedo y con calle en la ciudad– murió sin tener ni un duro para que la enterraran.

Su proceso de beatificación se inició hace ya varios años aunque no ha sido hasta el pasado noviembre cuando oficialmente se abrió la causa. «Un proceso de beatificación se pone en marcha por el señor Obispo que, conociendo la vida y la obra de una persona, reconoce en ella virtudes heroicas. Es decir, no simplemente se reconoce a una buena persona sino a alguien que tuvo una caridad tan extraordinaria que le llevó a realizar acciones que sin una fuerza sobrenatural no podían haberse realizado», explica la directora general de la asociación seglar, entidad de la que partió la iniciativa.

En este caso fue Jesús Catalá Ibáñez, obispo de Málaga, en cuya diócesis comenzó la Obra de las Doctrinas Rurales y donde está enterrada María Isabel, el que con el visto bueno de todos los obispos de la provincia eclesiástica de Andalucía introdujo el proceso Diocesano.

«La beatificación de nuestro cofundador, el padre Tiburcio Arnaiz, el 20 de octubre de 2018, propició que se conociera mejor a María Isabel. Muchas personas se edificaban de su vida y se encomendaban a su intercesión y obtenían los favores que solicitaban», explica Montero.

Ahora el proceso debe recoger y estudiar todos los testimonios orales o escritos que existen sobre la asturiana. Una vez concluido, se presenta toda la documentación a la Santa Sede, al Dicasterio para las Causas de los Santos, donde será estudiada por teólogos y obispos.

Vida religiosa innovadora

Quizás no cuente para los teólogos, pero entre esas virtudes a tener en cuenta está la determinación que la asturiana mostró para llevar adelante sus propósitos, contra todos los que reprochaban y criticaban una forma de vida y de compromiso que no era propia de una señorita de su época.

«María Isabel tenía un gran aprecio por la vida religiosa, pero ella sintió una vocación apostólica muy innovadora en su tiempo. Era 1920, donde los institutos de vida religiosa femeninos estaban limitados a la vida contemplativa o la vida activa asistencial en orfanatos, hospitales o colegios. No se concebía una mujer religiosa sin casa fija, sin noviciado, sin una cierta estabilidad».

«María Isabel se sentía llamada a una vida andariega, a ir a los lugares más necesitados a evangelizar, a dar a conocer el amor que Dios nos tiene. Con la evangelización iban unidas todas las obras de misericordia corporales que pudieran hacer en aquellas cortijadas o barriadas marginales», describe Montero.

Una vez creada una comunidad cristiana que pudiera mantener la labor realizada, entonces «ella quería, como el Señor y como los primeros cristianos, volar a otro punto donde hubiera más necesidad», explica María Leticia Montero.

Ahí radicaba que, para muchos, su actitud fuera «una auténtica revolución y una locura en su tiempo. Y sólo gracias al aval del padre Arnaiz, que en Málaga tenía una gran fama de santidad, pudo conseguir la asturiana comenzar a vivir su experiencia misionera seglar, con un grupo de intrépidas jóvenes malagueñas que quería vivir consagradas al Señor, totalmente confiadas en la Providencia Divina, sin la seguridad y estabilidad que ofrecían los institutos religiosos. ¡Toda una aventura!».

Pocos quedan que la conocieran en la Sierra de Gibralgalia y alrededores, donde la asturiana montó su primera Doctrina. Alguno queda, y sobre todo quedan hijos y nietos que aún saben de oídas todo lo bueno que hizo María Isabel González del Valle por su zona. Dice Montero que las historias que les llegan son muchas y de muchas partes.

La historia de las mil pesetas

«Una vez estaban trabajando en la barriada del Bogatell, en Barcelona. Llegó una mujer a pedirle una limosna para dar de comer a sus hijos, porque no tenía nada y si no aquel día tendría que prostituirse. Entonces María Isabel, que ya había empleado casi todo su capital y en ese momento sólo tenían en casa 1000 pesetas. Con la generosidad que le era propia se las dio. Después pensó que quizá había sido imprudente porque ellas –las compañeras de su comunidad– eran cuatro y se había quedado sin una peseta para comer. Entró en la capilla y le dijo al Señor que si le había agradado lo que había hecho, que aquella mañana alguien les diese una limosna grande.

A media mañana bajó a Barcelona, ya que tenía una audiencia con el obispo Irurita. Al salir a recibirlas el obispo, antes de decirles nada, le entrega a María Isabel un sobre y le dice que es una limosna que le han dado para ellas esa mañana. Cual fue la alegría de María Isabel al comprobar que eran 1.000 pesetas», relata Montero.

Respecto a la razón por la que ha llegado mucho antes la beatificación del Padre Tiburcio Arnaiz que la de su colaboradora asturiana, Leticia Montero dice que «el abanico de los Santos en la Iglesia es así de pintoresco. Dios no tiene acepción de personas y cada vida es única e irrepetible. En nuestros fundadores lo vemos muy claro: El Padre Arnaiz era un hombre de una familia muy humilde de Valladolid, que hizo una labor evangelizadora grandiosa y murió en Málaga con una tremenda fama de santidad; el mismo día de su entierro se forma un Patronato para promover su causa de beatificación, de la que María Isabel fue el alma. En cambio María Isabel, criada en la abundancia y en la honra propia de su condición social, deseó identificarse con el Amor de su Vida, en sus sufrimientos, en sus humillaciones, hasta en el abandono de su muerte».

La propia asturiana escribió con su sangre en una consagración al Corazón de Jesús en 1928: «Imprime en mi corazón el deseo de salvar las almas como Tú las salvaste, con el sufrimiento, la humillación y el abandono de todos». Y el Señor se lo concedió.

«Ahora, cuando el Padre Arnaiz que también la conocía ha llegado a los altares, entre otras cosas por lo mucho que se movió para ello María Isabel, el corazón de su Señor ha rodeado las circunstancias para que la figura y la obra de esta asturiana salte a la luz y se comience su camino hacia la beatificación», interpreta esta misionera seglar.

Harapientos como si fueran príncipes

Lo que más valora Leticia Montero de la figura de María Isabel González del Valle es «su sincero conocimiento de la dignidad de cada hombre, fuera de la condición social que fuera. Trataba a cada niño, a cada hombre y mujer de sus “doctrinas”, analfabetos y harapientos, como si fueran príncipes, con el mismo cariño, respeto, interés por sus cosas que ponía cuando estaba con sus familiares y amigos en Oviedo o Madrid».

La obra iniciada por María Isabel González del Valle aún tiene vigencia, aunque sean otros tiempos. «La necesidad de evangelización en el ámbito rural y en las barriadas marginales sigue siendo grande. En los tiempos de María Isabel la falta de infraestructuras los mantenían muy aislados, hoy es la falta de sacerdotes que apenas pueden atender estos lugares», explica su sucesora.

Si bien las necesidades materiales y culturales en España no son las de hace 100 años, «siguen siendo las zonas más desfavorecidas tanto en el plano social como cultural; a los habitantes de esas zonas les cuesta acudir a los trabajadores sociales y no suelen tener acceso a unas clases de repaso, de inglés, de música, de manuales, etcétera. Como la evangelización siempre va acompañada de grandes beneficios para la vida cultural y social de los pueblos, nosotras seguimos dando a conocer el amor que Dios nos tiene e interesándonos por las necesidades de todos los vecinos y poniendo clases totalmente gratuitas de todo lo que vemos les puede dignificar».

Para que la beatificación llegue a buen puerto, dicen sus compañeras, «es cuestión de difundir su vida». Tras la edición del pequeño libro con sus pensamientos vendrá, después del verano, «una biografía suya que seguro va a darla a conocer a muchas personas que van a tomarle mucho cariño y acudir a su intercesión». Esa es otra de las claves del proceso. Como explica Leticia Montero, «ahora, mientras se va preparando toda la documentación para que se estudien sus virtudes heroicas, lo importante es pedir su intercesión ante Dios en casos imposibles de curaciones, para que Dios haga por su intercesión un milagro que no pueda tener explicación científica, que es la prueba que la Iglesia exige para beatificar a un cristiano y certificar que se le puede dar culto público en la Iglesia con la seguridad de que su vida fue heroica y está en el Cielo y la podemos tomar como intercesora».

El tiempo que puede llevar esa causa es difícil de prever. «Depende mucho de esta intervención de Dios con un milagro. Por eso es importante pedirle muchas cosas aunque sean imposibles, porque si Dios quiere glorificar a su Sierva, lo concederá por su intercesión».

A. Rubiera. Artículo publicado en «La Nueva España»

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